Por: Randy Santana
Desde que era un niño, soñaba con cantar y llenar
escenarios con mi voz. Anhelaba ser un artista reconocido en todo el mundo. Con
el tiempo, encontré amigos que compartían la misma pasión y juntos decidimos
hacer de la música nuestro destino. Nos preparamos con esfuerzo, ensayando en
garajes, plazas y pequeños bares, tocando bajo las peores condiciones. Pero
nuestro sueño era más grande que cualquier obstáculo, y nunca dejamos de creer.
Un día, un productor famoso se acercó a nosotros.
Nos habló con palabras llenas de promesas, nos pintó un futuro brillante, y sin
pensarlo demasiado, firmamos el contrato que nos presentó. La emoción de estar
en un sello disquero nos cegó, y sin leer las letras pequeñas, entregamos
nuestra música con la esperanza de alcanzar la gloria.
Seguimos tocando, ahora con más fe que nunca. La
adrenalina de estar cerca de la cima nos impulsaba a dar lo mejor de nosotros.
Y finalmente, llegó el gran día: nuestro primer concierto multitudinario. Las
luces brillaban, el público coreaba nuestras canciones y la energía en el
escenario era indescriptible. Sentíamos que nuestro sueño se estaba haciendo
realidad.
La sorpresa llegó poco después. Descubrimos que
solo el sello disquero y sus socios habían obtenido los beneficios. Nosotros,
los que habíamos dado el alma en cada nota, solo fuimos las voces y los
instrumentos de un negocio donde otros recogieron la recompensa. Fue un golpe
duro, pero también una lección valiosa.
Ese productor que nos descubrió hoy maneja un
sello disquero que vincula a todos los músicos jóvenes del país, pero
irónicamente ha olvidado a aquellos que hicieron posible el primer concierto
donde su sello se dio a conocer. Sin embargo, en lugar de amargarnos,
sonreímos. Sabemos que nuestro talento es nuestro mayor tesoro y que el
verdadero arte no se mide en contratos ni en cifras bancarias, sino en la
pasión con la que se crea.
Además, sabemos que ese sello disquero necesita
realizar ese mismo concierto cada cuatro años y, posiblemente, vuelva a
necesitarnos. Pero esta vez, con la experiencia acumulada, le tenemos una gran
sorpresa: ahora nosotros pondremos las condiciones.
Y así, seguimos tocando, mis músicos y yo. Porque
la música es nuestra vida, nuestra alegría, y nuestro sueño, tarde o temprano,
será solo nuestro. Y cuando llegue el próximo gran concierto, esta vez, será
nuestra gran victoria.
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